Al llegar el momento cumbre de la historia, Dios envió a Su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo el régimen de la ley, para liberarnos del yugo de la ley y alcanzarnos la condición de hijos adoptivos de Dios[1].
Dios envió a Su Hijo al mundo en determinado momento y lugar para que viviera como un ser humano, muriera crucificado y resucitara, todo ello a fin de redimir a la humanidad hundida en el pecado y darle la oportunidad de entrar en Su reino y gozar de una relación estrecha con Él.
Los cuatro Evangelios narran esa historia, la vida de un ser humano único, un judío galileo que, si bien en numerosos aspectos fue muy parecido a todas las demás personas que han nacido y vivido, al mismo tiempo era muy diferente.
Los Evangelios nos cuentan lo que distinguía a Jesús. Muestran que vino al mundo para entregar Su vida por la humanidad y para que a consecuencia de Su muerte y resurrección los seres humanos pudiéramos disfrutar de una nueva relación con Dios. No vino con el propósito de enseñarnos a ser buenos, sino de conferirnos poder para ser buenos mediante el supremo sacrificio que hizo por todos nosotros. No hay relato más importante que este, dado que nuestro destino eterno será determinado por la postura que adoptemos con relación a este singular personaje[2]. Es precisamente este relato el que nos permite comprender el extraordinario regalo que se nos ofrece: el don de llegar a ser hijos de nuestro Padre celestial, la vía para integrarnos en Su familia y la maravilla de vivir perpetuamente con Él.
Los Evangelios sientan la base de la doctrina cristiana. En sus páginas se nos dice que Jesús fue más que un hombre bueno o recto, más que un maestro de moral y ética y más que un hacedor de milagros. En ellos descubrimos que ese personaje único es el Salvador prometido por Dios. Los Evangelios nos hablan del cumplimiento de la promesa que hizo Dios al antiguo patriarca hebreo Abraham, de que por medio de él sería bendito el mundo entero[3].
Jesús vivió hace dos milenios, y los creyentes de aquel tiempo redactaron los Evangelios pocas décadas después de Su muerte y resurrección. Su objetivo al escribir la biografía de Jesús era conservarla, de forma que pudiera darse a conocer una y otra vez. Escribieron con el fin de que otros creyeran[4], y lograron su cometido. Desde su época ha habido una sucesión ininterrumpida de cristianos. Dos milenios después leemos el mismo evangelio que los primeros lectores, y este puede transformar nuestra vida tanto como transformó la suya.
Los Evangelios no fueron lo primero que se escribió sobre Jesús. Se cree que Pablo escribió sus epístolas entre el 49 y el 67 d. C., lo cual significa que algunas probablemente ya circulaban antes que se escribieran los Evangelios. Puede que otras epístolas escritas poco después del año 60 también sean anteriores a los Evangelios. Las Epístolas no incluyen muchos detalles de la vida de Jesús, y lo más probable es que sea porque sus autores se dirigían a creyentes que ya conocían hasta cierto punto Su vida. Como era costumbre en aquel tiempo, es de imaginar que los relatos y enseñanzas de Jesús circulaban oralmente. Es lógico suponer que los testigos presenciales que conocieron a Cristo narraron a otros Su vida, describieron Sus milagros, repitieron Sus parábolas y contaron otros detalles sobre Él.
El tiempo transcurrido entre la muerte y resurrección de Jesús (ca. 33 d. C.) y la primera de las epístolas de Pablo fueron unos quince años probablemente. Los primeros evangelios se escribieron unos treinta años después de la muerte de Cristo. Por lo que escribieron los autores de las Epístolas se infiere que lo que ellos transmitieron cuadraba con lo que los evangelistas luego escribieron.
Las Epístolas indican que Jesús fue un descendiente de David[5], un judío criado según la ley mosaica[6], tierno y manso[7], que no pecó[8], que fue tentado[9] y que se condujo rectamente[10]. También explican que sufrió oposición[11], fue traicionado[12], padeció sin ofrecer resistencia[13], fue crucificado[14] y resucitó[15].
Los Evangelios se centran en la vida pública de Jesús. Dos de ellos cuentan Su nacimiento, y uno menciona brevemente un suceso de Su infancia, cuando tenía unos doce años. Aparte de eso, casi no conocemos pormenores de Su vida hasta que fue bautizado por Juan el Bautista. La intención o el objetivo de los evangelistas no fue narrar Su vida antes que emprendiera Su misión, sino que refieren lo que dijo e hizo durante Su vida pública, el mensaje que proclamó y Su modo de expresarlo. Relatan Sus actos, Sus milagros, Sus parábolas, cómo murió y cómo se levantó de entre los muertos. Enseñan que se trataba del unigénito Hijo de Dios, la única persona que ha sido a la vez Dios y hombre, el cual tomó forma humana a fin de que nos fuera posible vivir eternamente con Dios. En suma, el principal propósito de los Evangelios es dar a conocer la buena nueva de la salvación que está a nuestro alcance gracias a Jesucristo.
Los Evangelios también muestran a los creyentes la relación a la que accedemos al volvernos hijos de Dios. Sientan las bases para que vivamos como las nuevas criaturas en que nos convertimos al salvarnos y acoger en nuestro interior el Espíritu de Dios. Aportan información susceptible de afectar nuestra existencia para siempre, que nos proporciona una cosmovisión cimentada en la verdad y nos sirve de punto de referencia espiritual, moral y ético en nuestro peregrinaje por la vida.
Una mayor comprensión de lo que enseñan los Evangelios puede conducirnos a una relación más gratificante con el Señor. Si logramos captar los conceptos más profundos que se traslucen en lo que Jesús dijo e hizo, en Sus parábolas, Sus sermones y Sus milagros; si logramos visualizar todo eso a través de los ojos de los primeros testigos, en el entorno de la Palestina del siglo I, captaremos mejor la trascendencia y belleza de Su mensaje. Eso nos puede llevar a comprender mejor Su vida, a valorar más la «profundidad de las riquezas, de la sabiduría y del conocimiento de Dios»[16] y en definitiva a tener una fe más sólida.
Los Evangelios contienen principios fundamentales que pueden servirnos de pauta para llevar una vida plena de sentido y tomar decisiones basadas en las verdades eternas que nos comunicó nuestro Salvador. El conocimiento de los Evangelios y de sus enseñanzas es esencial para centrar nuestra vida en Dios, lo cual es fuente de alegría en esta y en la otra vida.
Siempre me han encantado los Evangelios; sin embargo, haberlos estudiado más minuciosamente en estos últimos años me ha permitido apreciar mejor su profundidad, su belleza y su virtud para transformar vidas. El tiempo que les he dedicado me ha enriquecido en numerosos aspectos. Me ha permitido conocer mejor a Dios, y tanto mi fe como mi conexión con Él se han fortalecido.
El artículo anterior es una adaptación del prólogo de su serie sobre la vida y mensaje de Jesús, a la que se puede acceder mediante este enlace.
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Notas al pie
[1] Gálatas 4:4,5 (BLPH)
[2] V. Juan 3:16–18
[3] V. Génesis 12:2,3
[4] V. Juan 20:31
[5] V. Romanos 1:3
[6] V. Gálatas 4:4
[7] V. 2 Corintios 10:1
[8] V. 2 Corintios 5:21
[9] V. Hebreos 2:18
[10] V. 1 Pedro 3:18
[11] V. Hebreos 12:3
[12] V. 1 Corintios 11:23
[13] V. 1 Pedro 2:21–23
[14] V. 1 Corintios 1:23
[15] V. 1 Corintios 15:4
[16] Romanos 11:33 (RVR 95)