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El Espíritu Santo y el Mesías

El Espíritu Santo y el Mesías

Peter Amsterdam

En el Antiguo Testamento, por lo general el Espíritu del Señor solo venía sobre ciertas personas, solo interactuaba con algunas, y únicamente en forma temporal. Con todo, se profetizó que llegaría una época en que Dios derramaría Su Espíritu sobre Su pueblo en abundancia[1].

El Antiguo Testamento también registra profecías acerca del Mesías que habría de venir, que sería intensamente lleno del Espíritu de Dios y haría grandes cosas en Su nombre. Aunque el pueblo judío no pensó que ese Mesías sería el Hijo de Dios, pues no tenían concepto alguno de que Dios era una Trinidad, entendían que el Mesías, un rey ungido, tendría gran poder gracias al Espíritu de Dios.

Refiriéndose al Mesías, el libro de Isaías dice: «Saldrá una vara del tronco de Isaí; un vástago retoñará de sus raíces y reposará sobre Él el Espíritu del Señor; Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de poder, Espíritu de conocimiento y de temor del Señor»[2].

Esta profecía indica que el Mesías debía ser del linaje de David, hijo de Isaí, y que el Espíritu de Dios reposaría sobre Él, es decir, que permanecería en Él; y que el Mesías estaría dotado de sabiduría, inteligencia, consejo, conocimiento y el temor de Dios. Isaías profetizó más sobre el Mesías, afirmando nuevamente que el Espíritu de Dios estaría sobre Él[3].

Más adelante en el libro de Isaías se vuelve a profetizar que el Espíritu de Dios se manifestaría intensamente en el Mesías y que estaría ungido y haría Su obra con el poder del Espíritu del Señor:

«El espíritu [del] Señor está sobre Mí, porque me ha ungido el Señor. Me ha enviado a predicar buenas noticias a los pobres, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos y a los prisioneros apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad del Señor y el día de la venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los que están de luto; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé esplendor en lugar de ceniza, aceite de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado. Serán llamados “Árboles de justicia”, “Plantío del Señor”, para gloria Suya»[4].

Estas profecías se cumplieron en la vida de Jesús, el Mesías prometido. Los cuatro Evangelios refieren que fue lleno del Espíritu Santo al comienzo de Su vida pública, cuando fue bautizado por Juan el Bautista[5].

Más tarde, cuando le preguntaron acerca de Jesús, Juan el Bautista afirmó: «El enviado de Dios comunica el mensaje divino, pues Dios mismo le da Su Espíritu sin restricción. El Padre ama al Hijo, y ha puesto todo en Sus manos»[6].

Al inicio del ministerio de Jesús, el Espíritu Santo descendió sobre Él sin medida y permaneció en Él ininterrumpidamente. Justo después de eso, el Espíritu lo llevó al desierto, donde el diablo intentó infructuosamente derrotarlo[7]. Luego de vencer las tentaciones, comenzó a ministrar a otros mediante el poder del Espíritu[8].

Cuando retornó a Nazaret, el pueblo en el que había crecido, lo eligieron para que leyera las Escrituras en la sinagoga. El pasaje que leyó era de Isaías, acerca del ministerio del Mesías. Al final de la lectura, Jesús dejó claro que el pasaje hablaba de Él, que Él era el Mesías sobre quien había descendido el Espíritu del Señor:

«Luego enrolló el libro, se lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos los que estaban en la sinagoga lo miraban detenidamente, y Él comenzó a hablarles: “Hoy se cumple esta Escritura en presencia de ustedes”»[9].

Jesús estaba diciendo que Su ministerio había comenzado, que mediante el Espíritu de Dios, que estaba sobre Él, proclamaría las buenas nuevas, llevaría libertad a los cautivos, y sanaría y liberaría a los oprimidos. El Espíritu Santo, que descendió sobre Jesús, desempeñó un papel importante en Su ministerio; lo orientó, lo guió y le confirió poder.

Justo antes de ascender al Cielo, Él dijo a Sus discípulos que enviaría la «promesa del Padre» —esto es, el Espíritu Santo, el poder de Dios— y que debían aguardar en Jerusalén hasta que recibieran ese poder de lo alto[10].

El Espíritu Santo, que había orientado y guiado a Jesús y le había dado poder, iba a hacer lo mismo por Sus discípulos. Jesús los preparó para Su partida diciéndoles que tenía que irse para que el Espíritu Santo pudiera venir sobre ellos, que el Espíritu vendría una vez que Él hubiera partido. Dijo: «Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador  no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré»[11].

Jesús dijo que era necesario que Él ascendiese al Cielo, que regresase al Padre y fuese glorificado para que pudiese venir el Espíritu Santo, el Consolador, el Ayudador.

Jesús había estado con Sus discípulos unos tres años y medio. Habían viajado con Él, vivido con Él y aprendido de Él; lo habían escuchado predicar y enseñar a las multitudes. Lo habían visto sanar enfermos, resucitar muertos y echar fuera demonios. Habían recibido instrucción personal de Él y habían observado cómo interactuaba con los demás: con los ricos, los pobres, los marginados y los religiosos. Habían presenciado Su detención y crucifixión. Sabían que había muerto y, sin embargo, se apareció a ellos vivo en el aposento alto. Luego llegó el momento de Su partida. Él había significado muchas cosas para ellos, y ahora se iba a marchar. Les había dicho que le pediría al Padre que les enviara otro Consolador o Defensor. «Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre»[12].

El término defensor o consolador empleado en este versículo es traducción del vocablo griego paraklētos, que significa «aquel que es invocado, a quien se le pide socorro, ayudador, asesor, asistente»; y también «quien defiende ante un juez la causa de otro, defensor, abogado».

Jesús dice que el Padre va a dar a Sus discípulos otro Consolador, de lo que se infiere que en ese momento ya tenían uno. Jesús, el Ayudador, Consolador, Consejero y Defensor que tenían en ese momento se disponía a partir, y en Su lugar el Padre iba a enviar el Espíritu Santo. Lo que Jesús había sido para Sus discípulos y lo que iba a ser para ellos el Espíritu Santo era muy similar.

  • Ambos «vienen» del Padre o «son enviados» por Él al mundo[13].
  • Ambos son llamados «Santos» y se caracterizan por encarnar «la verdad»[14].
  • Ambos instruyen[15].
  • Jesús vino a convencer y concientizar al mundo, aunque muchos no lo recibieron; lo mismo hace el Espíritu Santo[16].

Jesús fue un ayudador y consolador para Sus discípulos, además de maestro, revelador de la verdad y testigo; pero afirmó que, luego de Su partida, Él y el Padre enviarían otro Consolador que desempeñaría ese mismo papel. Dicho Consolador ungiría poderosamente a los discípulos en su misión. Sucedió exactamente eso.

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Notas al pie

[1] Joel 2:28–29.

[2] Isaías 11:1,2.

[3] Isaías 42:1.

[4] Isaías 61:1–3.

[5] V. Mateo 3:13–17; Marcos 1:9–11; Lucas 3:21–22; Juan 1:32–34.

[6] Juan 3:34–35 (NVI).

[7] Lucas 4:1,2 (NVI).

[8] Lucas 4:14,15 .

[9] Lucas 4:20–21 (NVI).

[10] Lucas 24:49.

[11] Juan 16:7.

[12] Juan 14:16.

[13] Juan 5:43, 16:28, 18:37; Juan 14:26, 15:26, 16:13.

[14] Juan 6:69 (DHH); Juan 14:26, 6, 16–17.

[15] Juan 13:13; 14:26.

[16] Juan 1:11–12; Juan 16:7–11, Juan 14:17.