Y digo [Dios]: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. […] Dios creó al ser humano a Su imagen; lo creó a imagen de Dios. Génesis 1:26-27[1]
Ustedes son una carta de Cristo… escrita no con tinta sino con el Espíritu del Dios viviente; no en tablas de piedra sino en tablas de carne, en los corazones. 2 Corintios 3:3
El cristianismo presenta a Cristo como el verdadero Hijo de Dios humano, en quién y por quien se hizo toda la creación. Al entrar en la creación, Cristo ha restablecido la imagen de la verdadera humanidad, ha llegado para enjugar las lágrimas de un mundo quebrantado, para revivir la imagen de Dios en nuestro interior, venciendo a los enemigos que son el pecado y la muerte.
Al igual que el filósofo Pascal y el escritor e historiador Solzhenitsyn (o Soljenitsin), encuentro que Cristo proporciona la única base que ofrece esperanza para las contradicciones que hay en nuestro interior. Mucho más que únicamente una esperanza para el futuro o una forma de escapar de la realidad presente, Cristo disminuye la tensión en nuestro interior, la tensión entre mi identidad como hija de Dios e hija de la humanidad. Se nos asegura que esta promesa es para nosotros: «Ahora somos como el hombre que viene del polvo de la tierra, pero luego seremos como el hombre que viene del cielo» (PDT). Cristo no solo se ocupa de la redención de una humanidad que ha perdido la pureza original, también revitaliza nuestra naturaleza con la Suya, como el mediador que nos eleva hacia Dios. Cristo vino para unir a la humanidad con Dios, de modo que seamos de verdad humanos como Él es humano. Jill Carattini
El valor de lo humano
Aunque Dios nos creó junto con todo lo demás, al hacernos a Su imagen nos hizo diferentes de las demás criaturas. Nos creó como seres únicos y nos infundió el aliento de vida.
Somos seres personales creados por Dios con la capacidad de establecer una relación con Él y con otros seres humanos. Al dotarnos de cuerpo y espíritu, nos hizo a la vez seres físicos y espirituales. Y aunque todos los humanos hemos pecado contra Él, nos ama tanto que dispuso de un medio para que la humanidad se reconciliara con Él gracias a la vida, muerte y resurrección de Su Hijo, Jesús.
Dios ama a las criaturas hechas a Su imagen; nos valora. Dado que Dios valora a los humanos, cada uno de ellos tiene un valor intrínseco, esencial. Eso debería motivarnos a estimar a cada ser humano. Todos los humanos —independientemente de su sexo, raza, color de tez o credo— fueron creados iguales. Cada persona lleva en sí la impronta de Dios y debe ser respetada y tratada en consecuencia. Ni la posición social ni la situación económica menoscaban el valor intrínseco de una persona.
Los recién nacidos, los niños, los ancianos, los enfermos, los discapacitados, los nonatos, los hambrientos, las viudas, los presidiarios, aquellos con quienes no coincidimos, aun nuestros enemigos —en resumidas cuentas, todos los seres humanos, cualquiera que sea su condición, circunstancias o creencia religiosa— se dignifican por ser portadores de la imagen de Dios y por tanto merecen la misma honra y respeto de parte de los demás seres humanos. Ver a los demás como portadores de la imagen divina debe librarnos de todo prejuicio racial, religioso o de cualquier otra índole. Debe motivarnos como individuos a ver y tratar a los demás con respeto, cualesquiera que sean nuestras diferencias.
Además debe llevarnos a mirar nuestra propia persona con respeto y dignidad. Tener presente que Dios nos ama y nos valora nos debiera ayudar a valorarnos mental, física y espiritualmente. Debe motivarnos a tener una mirada positiva de nosotros mismos, a cuidarnos físicamente y a nutrir nuestro espíritu con cosas sanas y edificantes. Debe recordarnos la santidad de nuestra propia vida y por ende impedir que nos hagamos daño en modo alguno. Es preciso que reconozcamos que a pesar de nuestras debilidades o fracasos personales, de cómo percibamos nuestra valía o nuestro aspecto físico, educación o capacidad intelectual, Dios nos valora y por tanto debemos valorarnos a nosotros mismos.
Tener conciencia de que Dios valora a los seres humanos, que nos ama y vela por nosotros, debe impulsarnos a valorar a la humanidad, a reconocer la valía de cada persona, incluida la nuestra, y a hacer lo que podamos por vivir en armonía y paz con los demás. Peter Amsterdam
La irreductibilidad de la persona
Si se programara una computadora tan minuciosamente con las estrategias del ajedrez que pudiera derrotar a nuestro mejor campeón ajedrecista, ¿diríamos que esa computadora es más humana que el mejor jugador de ajedrez del mundo? Probablemente no, pues al hacerlo reduciríamos la inteligencia a la eficiencia informática, a la memoria y componentes físicos de la computadora.
El hecho de ser persona, según el concepto cristiano, no se puede reducir a forma o función. En efecto, nuestra identidad es sagrada por definición, pues hemos sido creados por Dios para llevar Su imagen. Se nos ha dotado de una naturaleza moral, con la capacidad de dar amor y de entender el bien. Una niña, entonces, no encuentra su valía en la belleza física ni en la destreza mental, sino en reflejar la belleza de su creador. Ser humano tiene un valor trascendente, arraigado en el mismo ser de Dios.
A medida que avanzamos con dificultad por el laberinto de la bioética, no debemos mirar a la cara ni al CI de un humano; en cambio, debemos ver en dirección hacia el rostro y mente de Dios. Solo entonces podemos entender de verdad lo que significa ser humano. Ravi Zacharias
Dios envió a Su Hijo
En la Historia se han registrado muchos momentos asombrosos e importantes. En épocas más recientes, por ejemplo, destacan ciertos sucesos como la Reforma, el primer trasplante de corazón en 1967 o los primeros pasos del hombre en la luna (1969). Esos son solo tres sucesos que me vienen a la memoria entre muchísimos otros que se estudian en la Historia
Sin embargo, el más importante de todos y del que provienen esas fechas se encuentra en Gálatas 4:4: «Cuando se cumplió el tiempo establecido, Dios envió a Su Hijo» (NTV). La Biblia enseña que el tiempo y la eternidad chocaron cuando el Dios-hombre llegó a estar entre nosotros, nacido de una virgen. El creador del tiempo y Señor de la eternidad se convirtió en un ser humano. La humanidad y la divinidad chocaron (no se volvieron idénticas), ¡y la Historia nunca volvería a ser la misma! Michael Suderman
Creado para rectitud
El camino de los justos es como la primera luz del amanecer, que brilla cada vez más hasta que el día alcanza todo su esplendor. Proverbios 4:18[2]
Por lo tanto, esta vida no es rectitud, sino crecer en rectitud, no es salud, sino curación, no es ser sino llegar a ser, no es descanso, sino ejercicio. Aún no somos lo que seremos, pero crecemos hacia ese objetivo. El proceso todavía no se termina, pero avanza. Este no es el fin, pero es el camino. No brilla todo en gloria todavía, pero todo está siendo purificado. Martín Lutero
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