Es comprensible que mires el porvenir con cierta inquietud. Tal vez al volver la vista atrás te vienen a la memoria las luchas, la incertidumbre y hasta los reveses que te conmocionaron. Es posible que todavía te pesen en el corazón las tristezas y desilusiones que en su momento te abrumaron. Eso puede darle un cariz intimidante al futuro.
Pero lo bueno es que, a pesar de todas esas cosas que pueden trastornar nuestra vida sin previo aviso, contamos con las promesas infalibles de Dios, que nos aseguran que Él no se apartará de nuestro lado, que nos guiará, nos dará fuerzas y llenará de paz, consuelo y fe nuestro corazón.
Él está presto a ayudarnos a capear las tormentas de la vida y salir airosos de las batallas. Está deseoso de conducirnos a la esperanza y la luz de un nuevo día con Él. Hasta puede aprovechar nuestras dificultades y valerse de ellas para fortalecernos y ayudarnos a avanzar.
Visualiza la siguiente escena: Te encuentras bajo una lluvia continua de piedras, como si fuera un desprendimiento de montaña. Esas piedras son los sobresaltos, los reveses, los sucesos desalentadores, los sufrimientos y las tristezas que forman parte de esta vida terrenal.
Creo que todos nos enfrentamos a avalanchas de piedras de autocensura, depresión, tristeza o miedo, capaces de herirnos y derribarnos. Lo reconfortante es que no tenemos por qué dejar que comprometan nuestro porvenir. El efecto que produzcan en nuestra vida depende muchísimo de nuestra actitud. Las piedras que nos golpean pueden ser consecuencia de conceptos erróneos, malentendidos o imaginaciones. También es posible que tengan algo de verdad. En todo caso, contamos con un Salvador que nos puede ayudar a descartar lo que no se ajusta a la realidad, a generar a partir de las auténticas dificultades un bien mayor y a vencer los obstáculos, de modo que nos volvamos más prudentes, más fuertes y más semejantes a Él.
Si nos concentramos en la realidad de las promesas de Dios y del amor que abriga por nosotros y nuestros seres queridos, esos proyectiles que amenazan con destruirnos caerán y se harán pedazos a nuestros pies, ripio que las lluvias de Su amor transformarán en sendas firmes por las que caminar.
¿Han visto alguna vez piedra caliza triturada? Parece gravilla polvorienta, pero cuando se extiende sobre un camino de tierra sucede algo sorprendente: las lluvias no se la llevan, sino que reacciona con el agua y queda una superficie durísima, parecida al cemento, que vuelve al camino muy resistente al agua y la erosión.
Dios puede obrar una transformación semejante en nuestra vida. Cuando no nos dejamos derrotar por nuestras angustias y optamos por presentárselas al Señor, Él puede enseñarnos a transformarlas en determinación y en una fe mayor.
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