Independientemente de lo terrible, amenazadora, irreversible o sin esperanza que parezca una situación, cuando se enfrenta un revés o incluso en un caso en que la vida corra peligro, el hecho de que no dejes de confiar en Jesús y te niegues a soltar esa confianza constante demuestra que tienes una gran fe. Tu fe es lo que complace al Señor.
La fe no es acerca de ti ni de que recibas lo que a tu juicio es lo mejor. La fe tiene que ver con Jesús y con lo que Él sabe que es mejor para ti y para otros.
La fe es la certeza de lo que se espera (Hebreos 12:1). No esperaríamos algo si ya lo tuviéramos en las manos. La fe es la prueba de lo que no se ve. No necesitaríamos una prueba de que algo es real si pudiéramos verlo claramente.
Cuando pienso en algunas personas que solicitaron milagros en la Biblia, al dar un rápido vistazo parecen tener mucha confianza, estar muy seguras de lo que van a hacer. Junto a esa fe aparentemente inquebrantable, empezamos a sentirnos un poco débiles y no estamos seguros de nuestra propia fe.
Eso se debe a que vemos esos milagros de la Biblia con la perspectiva que da el paso del tiempo. En cambio, tratemos de ponernos en el lugar de esas personas.
Tomemos en cuenta lo imposible que debió haberles parecido la situación en esa época, pues no podían ver cuál sería el resultado. Su perspectiva puede haber sido muy parecida a cuando actualmente enfrentamos algo que parece imposible. Puede ser alentador examinar minuciosamente cuáles fueron sus circunstancias y lo que enfrentaban desde la perspectiva de ellos.
Por ejemplo, en el caso de los tres hebreos que estaban a punto de ser lanzados en el horno en llamas por no inclinarse ni rendir culto a la imagen de oro que Nabucodonosor había mandado erigir (Daniel 3). Es posible que pensemos que ellos irradiaban confianza delante del jefe del imperio mundial, seguros de que nada les podría pasar en ese horno de fuego ardiente. Sin embargo, ¿podría ser que también tuvieran que lidiar contra el temor y la incertidumbre de lo que podría pasar?
Es verdad que su amigo Daniel —que tenía mucho poder e influencia—, podría haberlos defendido y rescatado de esa suerte, pero él estaba de viaje, se encontraba en otra parte del imperio. Sadrac, Mesac y Abednego estaban solos, defendían lo que estaban seguros que era lo correcto. Se encontraban atados y obligados a arrodillarse ante un rey que se veía a sí mismo como Dios, rodeados de los celosos consejeros del rey a quienes la presencia de los hebreos en la corte del rey representaba una amenaza a su poder. Aquellos consejeros enojados probablemente jugaron un papel decisivo para provocar la ira del rey contra los tres hebreos.
Detrás de la atrevida declaración de Sadrac, Mesac y Abednego de que confiarían en Dios pasara lo que pasara, ellos eran humanos, con tendencia a los mismos temores que cualquiera de nosotros tendría si tuviera que enfrentar una suerte tan dolorosa y horrible. Imagínense las dificultades terribles que deben haber enfrentado ante la perspectiva de ese horno abrasador y la imposibilidad de otras alternativas; o se inclinaban ante la imagen o se enfrentaban a las torturantes llamas.
La fe no es la ausencia de temor; la fe es lo que vence el temor. A mi juicio, lo que ellos temían estaba a punto de suceder, pero de todos modos sabían que debían hacerlo. Al parecer, su fe no se basaba en alguna suposición de que su cuerpo milagrosamente sería inmune al calor y el fuego. Por lo menos, no es lo que se entiende por las palabras de ellos registradas en la Biblia.
Dijeron: «Nuestro Dios, a quien servimos, puede librarnos del horno de fuego ardiente; y de tus manos, rey, nos librará. Y si no, has de saber, oh rey, que no serviremos a tus dioses ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado».
No sabían lo que ocurriría, pero tenían fe en que Dios estaba al mando de la situación. Su fe estaba en el hecho de que pasara lo que pasara, estaban seguros de que Dios tenía un plan y confiaban en que Él cuidaría de ellos como le pareciera mejor. No pusieron condiciones según lo que creyeron conveniente. No le dijeron al rey que el cuerpo de ellos no se quemaría. Sabían que Dios podía hacer cualquier cosa, pero su fe no estaba forzosamente en que Dios evitaría que se quemaran en el horno. Su fe estaba en el poder y el amor de Dios, no en los resultados que ellos pensaban que serían los mejores.
Sabes que Dios, en última instancia, corregirá todo en la otra vida, pero saberlo no disminuye las dificultades de enfrentar quizá experiencias muy dolorosas o la muerte. En este momento, no tienes que enfrentar la otra vida, sino el presente.
Jesús, quien dio el máximo ejemplo y confió en Su Padre hasta la muerte, también enfrentó temores. La Biblia dice que fue una lucha en el huerto de Getsemaní, tanto así ¡que sudó gotas de sangre! La fe no es la ausencia de temor, sino vencer el temor con la verdad. Para superar el temor, debes enfrentarlo.
Puede ser muy atemorizante encontrarse en una mala situación y no ver alguna forma normal para salir del dilema. Sin embargo, así es como sale a la luz la fe que se apoya en Jesús, en vez de apoyarse en lo que uno piensa que tiene que suceder. Lo único que debes hacer es no dejar de confiar ni de creer, sin importar cómo se vea la situación, que fue lo que hicieron Sadrac y sus amigos.
Debes seguir caminando sobre el terreno sólido de lo que Dios te ha dicho que hagas a pesar de las terribles circunstancias, sabiendo que por muy desesperada o mala que se vea la situación, Jesús te tiene en Sus brazos.
No sé lo que depara el futuro, pero sí sé quién lo conoce.
Es posible que tengas miedo de lo que enfrentas. Tal vez te parezca que nada puedes hacer para arreglar la situación en que te encuentras. Sin embargo, la intervención de Dios en tu vida no se basa en la confianza que tengas en ti, sino en tu fe en Él y tu confianza en Su poder ilimitado, en Su bondad y amor.
No es necesario que creas que siempre sucederá lo que quieres que pase. Solo debes creer que Dios puede hacer que suceda lo mejor en el momento que le parezca más conveniente y a Su manera, si no en esta vida, entonces en la otra, porque confías en Él.
La fe sabe lo más importante: Dios nunca te dejará ni te abandonará.
Ninguno de nosotros sabe lo que nos espera. En muchos casos, no sabemos si ese revés que enfrentamos, o la situación que sufrimos, terminarán en un minuto o en un mes. O si durará toda la vida. Nuestra fe no puede estar fundada en resultados esperados que tengan sentido para nosotros. Lo que sabe la fe es que Jesús no nos dejará sin consuelo; Él caminará con nosotros por el fuego, como lo hizo con Sadrac, Mesac y Abednego. Saldremos adelante, ya sea gracias a Su cuidado sobrenatural o al llegar al Cielo al término de nuestra vida. De cualquier forma, no podemos perder.
Cree en Jesús y espera que suceda lo mejor; es algo que vale la pena esperar.
A Jesús le encanta cuando vemos las olas y los vientos de adversidad y hacemos lo que hizo Pedro aquella vez. Pedro le dijo a Jesús: «Manda que yo vaya a ti sobre las aguas». Pedro estaba dispuesto a lanzarse a los desafíos porque había visto el poder de Dios en Jesús y estaba preparado para ponerse en aquellas manos que él confiaba que no le fallarían.
¿Cuáles son los desafíos que enfrentas? ¿Cuáles son las situaciones imposibles que se ciernen sobre ti? ¿Caminarás sobre el agua para encontrarte con Jesús ahora mismo, de modo que Su poder se manifieste en tu vida? Da el paso de fe y, aunque por momentos sientas que te hundes, solo debes pedir Su ayuda y Él te sacará adelante de la manera y en el momento que le parezcan mejor.
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