Dios no concibe la oración como un rito, sino como un animado intercambio, un diálogo afectuoso entre buenos amigos. Lamentablemente, hoy en día está muy extendida la idea de que no es posible hablar con Dios en esos términos. Algunas personas piensan que su falta de religiosidad les impide acercarse de ese modo al Creador. Otras tienen la idea de que el Padre celestial es tan sublime que se encuentra sumamente alejado de nuestra realidad.
Hay quienes piensan que tiene mucho que hacer para interesarse por ellos y sus problemas, y que las cuestiones terrenales carecen de importancia para Él. Unos se consideran indignos y muy imperfectos. Otros se sienten culpables o avergonzados de ciertos actos que han cometido. Hay quienes incluso abrigan miedo de Dios. ¡Ojalá comprendieran que Él lo ve todo con ojos muy distintos!
El Señor desea mantener una relación personal con cada uno de nosotros. Quiere que ésta constituya el aspecto más profundo, trascendental, satisfactorio y gratificante de nuestra vida. Eso no significa que se proponga restar categoría a las demás relaciones y actividades que nos ocupan y que consideramos importantes. Todo lo contrario: quiere formar parte de ellas. Pretende facilitarnos las cosas, dar un nuevo sentido a nuestras vivencias, y además disfrutar de ellas al lado nuestro. En resumidas cuentas, quiere realzar nuestra existencia y añadir toda una nueva dimensión a cuanto hacemos por medio de Su amorosa presencia.
Pero, ¿cómo se entabla una relación fluida y abierta con el Padre celestial, sobre todo cuando uno se considera insuficiente y poco espiritual? ¿Cómo se establece esa conexión? La respuesta a este interrogante es muy sencilla: por medio de Su Hijo Jesús.
Ninguno de nosotros es capaz de concebir lo grande y maravilloso que es Dios nuestro Padre. Él y Su Espíritu trascienden el universo. Hasta tal punto está por encima de nuestra comprensión que tuvo que darnos una Persona capaz de ejemplificarnos Su amor, Alguien con quien pudiéramos identificarnos, Alguien que pusiera a Dios a la altura de nuestro limitado entendimiento humano. Por eso nos envió a Su Hijo Jesús.
Jesús ha estado con Dios desde el principio, pero también vivió en la Tierra entre los seres humanos como uno más. Experimentó todas las alegrías y desdichas que nosotros tenemos (v. Juan 1:1-3,14; Hebreos 4:15). Estuvo en este mundo, y por tanto nos comprende y constituye el vínculo entre Dios y nosotros (v. 1 Timoteo 2:5).
Jesús es muy accesible: se puede perfectamente entablar una relación personal con Él. Hasta nos dijo que le pidiéramos que entrara en nuestro corazón: «He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apocalipsis 3:20). Es posible establecer contacto directo y personal con Jesús, acercarnos a Dios por medio de Él. Si has orado para aceptar a Jesús como tu Salvador, ya tienes esa conexión.
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