No podemos ser todo lo que Dios quiere que seamos sin Sus fuerzas, las cuales Él nos infunde mediante el Espíritu Santo.
«Yo a la verdad os bautizo en agua para arrepentimiento —dijo Juan el Bautista a quienes acudían a él en busca de la verdad y la reconciliación con Dios—; pero [Jesús] os bautizará en Espíritu Santo» (Mateo 3:11). Más tarde Jesús prometió a Sus seguidores que les enviaría «la promesa del Padre» para que fueran «investidos de poder desde lo alto» (Lucas 24:49). El relato de cómo recibieron el Espíritu Santo poco después puede leerse en el capítulo dos de los Hechos de los Apóstoles.
Si has aceptado la salvación que te ofrece Jesús y has «nacido de nuevo del Espíritu», ya has recibido una porción del poder del Espíritu Santo. Pero eso no significa que te hayas bautizado con él en toda su magnitud. Por lo general, esa es una experiencia aparte y posterior.
La palabra bautizar que aparece en el Nuevo Testamento se deriva del griego baptizo, que significa cubrir o sumergir por completo. De modo que ser «bautizado en Espíritu Santo» significa llenarse hasta rebosar del Espíritu de Dios.
Una promesa de poder
El libro de los Hechos da algunos detalles sobre los últimos momentos que pasó Jesús con Sus discípulos antes de Su ascensión. «Esperad la promesa del Padre, que habéis oído de Mí —les dijo—. Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos […] hasta lo último de la tierra» (Hechos 1:4,8).
Los discípulos entonces regresaron a Jerusalén, donde se quedaron orando y aguardando junto a más de cien personas que también habían seguido fielmente a Jesús. Dios respondió sus oraciones con una milagrosa manifestación de poder sobrenatural: «De repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hechos 2:2–4).
Eso era lo que habían estado esperando: fuerzas sobrenaturales para llevar adelante la obra de Jesús ahora que Él ya no estaba. De golpe, sus temores e inquietudes se desvanecieron, así como su incapacidad para actuar de acuerdo con sus convicciones. Estaban a punto de protagonizar una de las aventuras de evangelización más espectaculares de la Historia.
En ese momento se celebraba en las calles de Jerusalén una importante festividad religiosa. Habían venido peregrinos judíos de muchas naciones para asistir a aquel acontecimiento anual. Cuando Pedro y los otros discípulos se pusieron a contar a los peregrinos la buena nueva del amor de Dios y la salvación por medio de Jesús, resulta que comenzaron a hablar con fluidez en las lenguas de los peregrinos, a pesar de que no las conocían. Al divulgarse por la ciudad la noticia de aquel gran milagro, enseguida se reunió una multitud.
Pedro subió la escalinata de un edificio cercano, levantó las manos y se dirigió a aquella enorme muchedumbre con fuerte voz. Habló con tal convicción y autoridad que 3.000 personas aceptaron ese día a Jesús como Su Salvador (Hechos 2:41).
Menos de dos meses antes, Pedro se había acobardado tanto después de la detención de Jesús que había negado conocerlo siquiera. Sin embargo, en ese momento se puso en pie delante de miles de personas, en la misma ciudad donde habían apresado, juzgado y ejecutado al Señor, y proclamó valientemente el mensaje de Dios. Pedro se había transformado, tal como el Señor había rogado que sucediera (Lucas 22:32). ¿Qué ocasionó aquella transformación repentina? El poder sobrenatural del Espíritu Santo.
Si te sientes tímido o incómodo al comunicar tu fe a los demás, será para ti un estímulo saber que ese mismo poder está también a tu disposición. El Espíritu Santo puede ayudarte a superar la timidez, las inhibiciones, la preocupación por el qué dirán y cualquier tendencia natural que te impida divulgar libremente el mensaje del amor de Dios y la salvación en Jesús. Es posible que nunca prediques ni conviertas a miles de personas a la vez como hizo Pedro; pero puede que, de una en una, conquistes esa misma cantidad de almas.
Si aún no has recibido el bautismo del Espíritu Santo, es decir, si aún no te has llenado de Él, te invitamos a hacerlo en este mismo instante mediante la siguiente oración:
Jesús, te ruego que me llenes hasta rebosar de Tu Espíritu Santo, para que pueda amarte más, seguirte más de cerca y tener más poder para hablar a los demás de Tu amor y Tu salvación. Amén.
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