La oración es un componente clave de nuestra relación con Dios, por tratarse de nuestro principal medio de comunicación con Él. Nos permite conversar con nuestro Creador.
A los cristianos se nos ha concedido el increíble privilegio de presentarnos ante Dios como hijos Suyos, gracias a la salvación que se nos ha otorgado por medio de Jesús. Podemos hablar con Él, alabarlo, adorarlo y rendirle culto, expresarle nuestro amor y agradecerle todo lo que ha hecho y continúa haciendo por nosotros. Podemos abrirle nuestro corazón y contarle nuestros problemas y necesidades. Podemos interceder por los que están en apuros. Podemos exponerle nuestras peticiones y solicitarle ayuda. Podemos decirle lo mucho que estimamos las cosas bellas que ha creado y darle las gracias por la multitud de bendiciones que todos hemos recibido. Cuando estamos agotados, se lo podemos contar. Si hemos obrado mal y pecado, podemos confesárselo, así como pedir y obtener perdón. Podemos hablar con Él ya sea que estemos alegres o tristes, saludables o enfermos, tanto si somos ricos como si somos pobres, porque tenemos una relación con Aquel que no solo nos creó, sino que además nos ama profundamente y desea participar en cada aspecto de nuestra vida.
Nuestra relación con Dios y el ejemplo de Jesús
Toda relación requiere comunicación, y la oración es nuestra vía primordial de comunicación con Dios. Por medio de ella lo invitamos a participar en nuestra vida cotidiana y le pedimos que intervenga directa e íntimamente en lo que consideramos importante. Cuando acudimos a Él en oración, le solicitamos que actúe en nuestra vida o en la de las personas por las que oramos. La oración refleja la realidad de nuestra situación general: que lo necesitamos y ansiamos que se haga presente en nuestra vida.
Podemos aprender mucho sobre la oración fijándonos en los Evangelios en cómo oraba Jesús y leyendo Sus enseñanzas sobre el tema. Uno de los principios fundamentales que Él enseñó a Sus seguidores con respecto a la oración fue sobre la clase de relación que debemos tener con Su Padre. En el Evangelio de Marcos oímos a Jesús decir: «¡Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para Ti. Aparta de Mí esta copa; pero no se haga lo que Yo quiero, sino lo que quieres Tú»[1]. En la Palestina del siglo I, abba era el término que usaban las personas para llamar a su padre a lo largo de su vida. En la lengua aramea que se hablaba en tiempos de Jesús, era una palabra de uso corriente, como papá, Él la empleó en Sus oraciones y enseñó a Sus discípulos a hacer lo mismo, porque refleja la relación íntima, cariñosa y familiar que los creyentes deben tener con Dios.
Ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: «¡Abba! ¡Padre!»[2] Por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: «¡Abba, Padre!» Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo[3].
Enseñanzas de los Evangelios sobre la oración
Jesús en Sus parábolas impartió enseñanzas sobre la oración, haciendo comparaciones con diversas situaciones, como en el caso del amigo que pidió pan prestado a medianoche[5] que terminó respondiendo a la súplica de la mujer. En esos relatos argumentó que si el amigo y el juez injusto iban a responder a las peticiones que se les hacían, con mayor motivo responderá a las nuestras nuestro Padre celestial. Mostró que podemos tener la confianza de que nuestro generoso y amoroso Padre responderá nuestras oraciones. «¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?»[6]
En cierta ocasión, cuando Jesús terminó de orar Sus discípulos le pidieron que les enseñara a hacerlo. Él entonces les enseñó lo que hoy se conoce como el Padrenuestro[7]. Esa rica oración enseña los siguientes elementos de la oración: alabanza a Dios, que es santo y está por encima de todo; expresión de nuestro deseo y aceptación de que se haga Su voluntad en nosotros; reconocimiento de nuestra dependencia de Él para que provea para nuestras necesidades; solicitud de perdón por nuestros pecados y de ser librados del mal.
Con Su ejemplo, Sus enseñanzas y Su énfasis en establecer una relación con el Padre, Jesús nos enseñó por una parte la importancia de la oración y por otra cómo hay que orar y en qué circunstancias hacerlo, y por encima de todo que nuestras oraciones tienen que basarse en una relación íntima con Dios. Debemos ser como niños que se sientan en las rodillas de su padre, sin fingimientos ni temores, con la seguridad y confianza de que su padre los ama y los protegerá, sustentará y cuidará.
Examen de nuestros hábitos de oración
La oración desempeña un papel fundamental en nuestra vida espiritual, nuestra relación con Dios, nuestro crecimiento interior y nuestra efectividad como cristianos. El ejemplo de Jesús, que se apartaba del ajetreo para orar, que dedicaba tiempo a la oración a solas, que incluso se pasaba noches enteras orando, intercediendo por otras personas y haciendo oraciones eficaces, marca el camino para los que anhelan seguir Sus pisadas.
Al comparar nuestros hábitos de oración con las enseñanzas y el ejemplo de Jesús, ¿quedamos bien o mal parados? ¿Oramos con frecuencia? ¿Oramos con fe, plenamente convencidos de que Dios nos responderá? ¿Nos damos cuenta de que al orar le estamos pidiendo a Dios que intervenga en nuestra vida? ¿Entendemos que le estamos pidiendo que se haga Su voluntad, sabiendo que esta puede diferir de la nuestra? ¿Somos conscientes de que Él responde, pero no siempre afirmativamente?
Como seguidores de Jesús, procuramos vivir de acuerdo con la voluntad de Dios, lo cual significa que oramos conforme a Su voluntad y para que esta se haga. Como dice el Padrenuestro: «Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra». Orar es pedir que se haga la voluntad de Dios.
Cómo adquirir competencia en la oración
Cuando deseamos adquirir competencia en un área determinada, solemos observar a los que ya dominan esa actividad para aprender de ellos. Hay personas que nos han antecedido en el terreno de la oración y que adquirieron gran destreza en ella; si seguimos sus pasos y tomamos su conducta como modelo podemos adquirir hábitos de oración más productivos y gratificantes. Por ejemplo, dice que Jesús se levantaba muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, salía y se iba a un lugar solitario a orar[8]. Los apóstoles se dedicaban a la Palabra y a la oración y no permitían que las obligaciones cotidianas los distrajeran de lo que para ellos era más importante[9]. Martín Lutero, cuando se veía con mucho que hacer, consagraba tres horas al día a la oración. John Wesley dedicaba dos horas al día a estar en presencia del Señor. Para esos grandes personajes y para muchos otros que dieron fruto en su vida cristiana, el tiempo que dedicaban a la oración desempeñó un papel muy importante.
Por supuesto, lo más probable es que en un principio no estuvieran tan entregados a la oración; fueron adquiriendo habilidad en ella con el paso del tiempo. Aunque la vida acelerada que llevamos muchos en la actualidad no nos permita dedicar varias horas al día a la oración, no deberíamos desechar esos ejemplos, sino que cada uno de nosotros debería examinar sus hábitos de oración, los ratos que pasa en presencia de Dios, y preguntarse si dedica suficiente tiempo a comunicarse con Aquel con quien deberíamos tener nuestra relación primaria. ¿El tiempo que dedicamos a la oración refleja nuestro profundo deseo de que Él participe en nuestra vida, o es un compromiso medio vago, algo que dejamos a la buena de Dios?
La oración no debe ser un monólogo en el que solo hablemos nosotros y esperemos que Dios se limite a escuchar. Cuando oramos también debemos estar dispuestos a escuchar lo que Dios nos quiera decir por medio de la Biblia, por medio de las enseñanzas de buenos maestros y predicadores, o haciendo silencio delante de Él y abriendo nuestro corazón para oír Su voz. Él puede hablarnos de múltiples maneras: mediante impresiones que nos hace sentir, pensamientos que nos sugiere, o versículos bíblicos y profecías que recibimos. La oración es comunicación, y la comunicación debe ser de doble sentido. Así que aparte de pedirle a Dios que nos escuche, también debemos darle la oportunidad de hablarnos.
Se nos pide que estemos en continua relación con Dios, que en cierto modo es como tener un diálogo constante con Él, hablarle, pedirle orientación, alabarlo y escucharlo a lo largo del día. Se entiende que ese es el sentido de la exhortación general que nos hace Pablo para que oremos «constantemente» o «sin cesar»[10].
La oración es nuestra forma de comunicarnos con Dios, de acceder a Su presencia y permanecer en ella. Cuando nos subimos a las rodillas de nuestro Padre celestial como hijos Suyos, podemos pedirle cualquier cosa y confiárselo todo. Sentimos Su amor por nosotros, Sus palabras tranquilizadoras, Su cariño. En esos ratos de comunicación aprendemos de Él, y con el tiempo vamos pareciéndonos más a Él. Si verdaderamente deseamos ser más como Jesús, debemos caminar con Él por la senda de la oración.
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Notas al pie
[1] Marcos 14:36. (A menos que se indique otra cosa, todas los versículos proceden de la Santa Biblia, versión Reina-Valera 95 (RVR 95), © Sociedades Bíblicas Unidas, 1995. Utilizados con permiso. Todos los derechos reservados.)
[2] Romanos 8:15 (NVI).
[3] Gálatas 4:6,7.
[4] V. El amigo a medianoche y las buenas dádivas del Padre.
[5] V. El juez injusto.
[6] Mateo 7:9–11.
[7] Mateo 6:9–13; Lucas 11:2–4.
[8] Marcos 1:35.
[9] Hechos 6:4.
[10] 1 Tesalonicenses 5:17.