Nuestra manera de amar a Dios y de vivir nuestra fe es una cuestión personal. Tu relación con Dios es asunto tuyo. Si conoces los principios expuestos en las palabras de Jesús y en toda la Biblia y los pones en práctica —los vives—, cultivarás una relación viva con Dios. Será una relación personal que tendrás con Él, basada en la aplicación de Sus palabras, de los principios que Él estableció para los que eligen ir en pos de Él. Si te ciñes a los principios que Él expresó mediante Sus enseñanzas y Su conducta, Él te indicará la manera de aplicar tales principios a las situaciones con las que te topes en la vida. La clave está en amar al Señor y en vivir tu fe de la forma que Él te indique, basándote en los principios plasmados en Su Palabra.
Lo mismo se aplica al elemento de predicar el evangelio. No existe una sola manera de testificar. Dios nos llama a predicar el evangelio, a comunicar Su amor y vida a los demás. Es uno de los aspectos de ser un discípulo. No obstante, el lugar y la forma de predicar el evangelio, así como las personas a las que se lo prediques, dependerán de dónde te haya puesto Dios, de la vida a la que te haya llamado y de las personas que ponga en tu camino.
Cuando Jesús llama, dice: «Sígueme». A algunos los lleva a atender a las multitudes; a otros, a apacentar a su círculo de amigos y conocidos. A algunos los conduce a países extraños; a otros, a su vecindario; y a otros, a sus propios hijos. Él nos llama a predicar el evangelio en el entorno al que nos haya conducido. Obedecer ese llamado es transmitir el mensaje a las personas que ponga en nuestro camino.
La vida espiritual de una persona es como un viaje. El punto de origen de cada uno será distinto. Cada uno viajará a un ritmo diferente. Puede que el Señor te llame a caminar con alguien durante un tiempo, para transmitirle Su amor, Su verdad y Su Palabra y hacerse compañía el uno al otro. Puede que te toque sembrar, o regar, o ayudar a alguien a avanzar hacia el discipulado, o ayudarle a crecer como discípulo si se encuentra en la etapa de su travesía en la que está listo para entregar más de sí a Dios. Tu función es ayudarle, ofrecerle orientación cuando la pida, comunicarle los principios de Dios, ayudarle a entender Su Palabra y Sus caminos, brindarle aliento y apoyo, y compartir con esa persona tu vida y tu viaje como discípulo.
Instruir a alguien y hacer de él un discípulo toma tiempo. Pero si se logra convertir en discípulo aunque solo sea a una persona, es tiempo bien invertido. Puede que tendamos a evaluar nuestro éxito como maestros según el número de personas al que enseñemos, pero no es así. Solo es necesario que hagas lo que Dios te ha llamado a hacer; da testimonio y enseña a las personas que Él ponga en tu camino, y dejarás huella.
Francisco de Asís dijo: «De nada sirve caminar hasta algún sitio para predicar a menos que nuestro caminar sea nuestra prédica». Las fuerzas y la motivación para dar a conocer a Jesús vienen de amarlo, de estar conectados a Él. Después, por el hecho de amarlo, también lo viviremos, y los demás sentirán Su presencia a través de nosotros. Tu conducta, tu forma de proyectar a Jesús, será un factor determinante en el cumplimiento de la Gran Misión en tu vecindario, ciudad, provincia o país.
La capacidad de un cristiano para testificar, vivir como un discípulo, predicar a Jesús y enseñarlo viene de hacer lo que Dios pide a los discípulos. Comienza con cada uno. Cada uno tiene que amarlo y vivir de acuerdo a Sus principios, y además debe tener la convicción, las ganas, el deseo de testificar, conquistar, predicar y enseñar. Cada uno de nosotros tiene oportunidades, tiene alguna red social, algún círculo en el que puede relacionarse y fortalecer la fe, la esperanza y el espíritu de otras personas conduciéndose como un discípulo y aplicando a sus relaciones los principios del discipulado.
Jesús ha encomendado a Sus discípulos la misión de transmitir el evangelio a todo el mundo. El lugar al que te haya llamado el Señor es tu campo de misión, y te ha encargado que comuniques el mensaje a las personas que ponga en tu camino. A nivel individual, lo más probable es que participes en la misión entablando conversaciones privadas con personas a las que vayas conociendo, con las que trabajes y con las que entres en contacto. Luego está también el aspecto de combinar tus esfuerzos con los de otros. Eso se puede hacer aunando fuerzas en iniciativas relacionadas con la misión, o reuniéndose para orar; e idealmente invitando también a otras personas a tales reuniones y encuentros de oración. Esa comunidad espiritual se convierte en el semillero, por así decirlo, de donde crezca la misión en tu ciudad o país. El trabajo y expansión de una comunidad espiritual fomenta el discipulado. Ayuda a los discípulos a permanecer conectados espiritualmente con Dios y con los demás, a medida que comunican la fe y juntos crecen en ella.
En cada nación de la Tierra hay personas que necesitan a Jesús. En cada ciudad y barrio hay personas que lo necesitan. Tú puedes ser un instrumento para llevarles a Jesús. Necesitan el amor incondicional de Dios. Necesitan discípulos que no solo las ayuden a hallar salvación en Jesús, sino que también las acompañen por la senda del crecimiento y el discipulado cristiano.
La misión de un discípulo es conquistar a otros. Si te parece que no puedes hacer mucho, haz lo que puedas. El Señor bendecirá tus esfuerzos. Como dijo San Francisco, que tu caminar sea tu prédica. Aunque en estos momentos no puedas dedicar mucho tiempo —o nada— a predicar, tu vida puede ser un ejemplo del amor de Jesús.
Sé un discípulo. Lleva a Jesús a los demás. Haz lo que puedas para promover la misión. Ese es un aspecto clave del discipulado y lo que Dios nos ha encomendado. Alguien te dio a conocer el evangelio. Alguien te condujo a Jesús. Tienes vida eterna. Has sido llamado a comunicar eso a los demás. Descubre la mejor forma de hacerlo donde tú estás, en tu ciudad, en tu barrio, entre las personas que conoces, o dirígete a un público más amplio a través de Internet, el correo electrónico o realizando viajes misioneros de vez en cuando. Transmite el mensaje a quien Dios te indique y de la forma que Él te señale. Esfuérzate por cambiar tu parte del mundo, por transformar a las personas que Él ponga en tu camino.
Insta a tiempo y fuera de tiempo. Comunica el evangelio a las personas con las que Él te ponga en contacto. Eso hizo Jesús. Eso hicieron Sus primeros discípulos. Así es como el cristianismo ha continuado creciendo. Y así también tú llevarás fruto como discípulo.
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