Todo lo que dijo Jesús en la cruz fue una manifestación de una faceta de Su amor. Las Palabras que pronunció en aquellos momentos todavía nos conmueven en la actualidad.
Amor por Sus enemigos
«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» (Lucas 23:34)
Dijo eso refiriéndose a los soldados romanos que, por orden de Poncio Pilato, lo clavaron a la cruz para darle muerte.
Si bien tenían que cumplir las órdenes recibidas, la verdad es que lo azotaron con saña y se burlaron despiadadamente de Él, evidenciando los sentimientos que había en su corazón. También lo dijo refiriéndose a la muchedumbre que fue manipulada para que pidiera Su muerte y forzara a Pilato a sentenciarlo, la misma multitud que días antes lo había aclamado rey (Marcos 15:6‑14; Marcos 11:8‑10). ¡Qué crueldad, qué horror, qué injusticia! ¿Cómo pudo Jesús decir que no sabían lo que hacían? Hasta cierto punto sí lo sabían, pero no tenían conciencia de la barbaridad que estaban cometiendo, de que estaban matando al Hijo de Dios.
Al pedirle a Su Padre que perdonara a quienes se habían vuelto contra Él y a quienes habían llevado a cabo la ejecución, Jesús de hecho los defendió, y así demostró de la forma más convincente que pueda haber que era consecuente con lo que había enseñado. «Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen» (Mateo 5:44). A pesar de la humillación y el dolor que le ocasionaron los romanos, los perdonó. También perdonó a la gente que se alzó contra Él. Y quiere que nosotros manifestemos el mismo amor, el mismo perdón.
Amor por los pecadores
«Hoy estarás conmigo en el paraíso.» (Lucas 23:43)
Jesús dijo esas palabras al ladrón penitente que fue crucificado a su lado. La siguiente anécdota ilustra los efectos que tienen esas palabras hoy en día.
A una pareja le robaron sus tarjetas de crédito, sus documentos y su dinero. Unos amigos rezaron con ellos para que pudieran superar el trauma y recuperar los artículos robados. Una semana después aquella pareja recibió un grueso sobre por correo. Dentro estaban todos sus valores. Además contenía una nota firmada así: «Un ladrón arrepentido». También incluía un dibujo de tres cruces. La de la derecha estaba marcada con un círculo. La misericordia y el perdón de Jesús todavía transforman personas hoy en día.
Amor por Su familia y amigos
«He ahí tu hijo. [...] He ahí tu madre.» (Juan 19:26,27)
Esas palabras se las dirigió Jesús a Su madre y a Juan —el discípulo con quien tenía una relación más estrecha— desde la cruz. Jesús comprendió el vacío que Su ausencia de este mundo produciría en Su madre y en Su discípulo amado, y que ambos podían contribuir a llenar ese vacío en el otro. Jesús los amó tanto que en Su hora de mayor angustia no fue ajeno a las necesidades de Sus seres queridos, sino que procuró ayudarlos.
A partir de entonces, Juan cuidó de María como si se tratara de su propia madre, y ella de él como de su propio hijo.
Su Sed infinita
«Tengo sed.» (Juan 19:28)
Cierta Navidad unos amigos y yo hicimos una presentación en un centro para lisiados de las Misioneras de la Caridad, la orden católica fundada por la Madre Teresa. Advertí que en una pared había un cartel grande que rezaba: «Tengo sed», y pregunté por qué habían escogido esas palabras de Jesús.
«Atender al clamor de Cristo es nuestra vocación —me explicó una de las hermanas—. Antes de despedirse de este mundo, la Madre Teresa dijo: “Su sed es infinita. Él, Creador del universo, pide el amor de Sus criaturas. Tiene sed de nuestro amor. Estas palabras: ‘Tengo sed’, ¿encuentran eco en nuestra alma?”»
Amor a Dios
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46)
¿Dudó Jesús del amor de Dios al morir? ¿Lo abandonó Dios? Esas palabras siempre me habían inquietado hasta que leí la siguiente explicación:
«Lo que le ocasionó a Jesús más angustia en la cruz no fueron nuestros pecados, pues sabía que nos íbamos a salvar y que seríamos perdonados. Lo que le causó tanto pesar fue que Dios pudiese volverle la espalda. En aquel momento tuvo una experiencia que gracias a Dios nunca tendremos que pasar nosotros: no fue meramente la crucifixión o el dolor físico, sino la agonía mental, el desgarro de corazón y espíritu al sentir que Dios en efecto lo había abandonado. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46). ¿Lo había desamparado Dios? Sí, momentáneamente, para que sufriera la muerte del pecador, separado de Dios.
»En la cruz Jesús tomó sobre Sí los pecados de todo el mundo (1 Pedro 2:24), y esos pecados lo separaron momentáneamente de Su Padre. Nos amó tanto que se entregó voluntariamente para morir en nuestro lugar».
Amor por ti y por mí
«Consumado es» (Juan 19:30)
¿Qué consumó Jesús? La misma tarde en que Jesús pendía de la cruz se sacrificaba el cordero pascual. Así como la sangre del cordero salvó al pueblo hebreo de la destrucción en Egipto, la sangre de Jesús —el máximo exponente de sacrificio pascual— nos redime del poder del pecado y de la muerte. Al morir en la cruz, concluyó Su obra, y nuestra salvación quedó asegurada.
La recompensa del amor
«Padre, en Tus manos encomiendo Mi espíritu.» (Lucas 23:46)
Jesús, ayúdanos a encomendarte nuestra vida y a vivir para complacerte, así como Tú encomendaste Tu vida al Padre y viviste para complacerlo. ¡Qué dicha sentiremos el día en que nos encontremos cara a cara contigo y recibamos nuestra recompensa celestial: vida y amor eternos contigo y con el Padre!
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