Algunas de las personas que sufren de mayor soledad en el mundo viven rodeadas de gente. Sin embargo, tienen la sensación de que nadie las comprende, es decir, de que nadie conoce quiénes son en realidad. Anhelan dialogar con alguien acerca de sus intereses, encontrar a alguien a quien contarle sus cuitas, alguien capaz de ponerse en su lugar. Muchas veces ni siquiera nuestro compañero o compañera de toda la vida, nuestro amigo o amiga más íntimo, nos conoce o comprende cabalmente, ya que en toda vida hay una o dos puertas cerradas con cerrojo que nadie traspasa excepto uno mismo.
¿Por qué tenemos esa apremiante necesidad de ser comprendidos? ¿Por qué albergamos ese intenso anhelo de revelarle a alguien nuestras alegrías, triunfos, desdichas y derrotas? Porque lo cierto es que cuando alcanzamos las cumbres de la exaltación, no hay nadie capaz de calar plenamente nuestras emociones, y en las honduras de la tristeza, siempre hay algunas lágrimas que derramamos a solas. ¿Por qué será?
Dios nos creó para Sí. Sabía que esa sensación de aislamiento sería precisamente lo que nos impulsaría hacia Él. Dios mismo es la solución, en Él está nuestro contentamiento. A menos que Él llene ese vacío interior, no nos sentimos satisfechos. Así nos hizo. Nos creó para Él. A menos que Él colme nuestra vida, no nos libramos nunca de la soledad. Ha colocado en nuestro corazón un letrerito que reza: «Reservado para Mí». Sabe que cuando la comprensión humana nos decepciona, buscamos la divina.
Dios es tan grande, tan extraordinario, que puede llenar cualquier alma. Nos brinda además compañía total y nos ofrece una amistad ideal y perfecta. Ese vacío, esa carencia que sentimos, no es otra cosa que necesidad de Dios. El que nos creó es el único capaz de darnos satisfacción en todos los aspectos de nuestra vida. No tenemos por qué sentirnos solos. Jesús dijo: «No te dejaré, ni te desampararé. Siempre estaré contigo»1. Déjale entrar en tu solitario corazón, déjale que lo conquiste. Así podrás decir como Jesús: «No estoy solo, porque el Padre está conmigo»2.
Cuando la soledad te aflija, acude al Hijo de Dios haciendo esta sencilla oración: «Gracias, Jesús, por manifestarme Tu amor y salvarme. Te invito a formar parte de mí y acompañarme a lo largo de mi recorrido por la vida».